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Evaluar y acreditar

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Entrada revisada y corregida el 22/04/2012


Luego de una lectura atenta a la entrada “Del e-learning al aula” en el blog e-aprendizaje de David Álvarez, puesto a redactar un comentario, como me suele ocurrir, la reflexión ha adquirido algo más de extensión que la prevista y he terminado convirtiéndola en una entrada más de mi propio blog. No obstante, continúo remitiéndome al blog de David, en el cual se desarrolla una cuestión muy bien planteada, y que yo aquí no llego a abordar: las dificultades para el reconocimiento de las certificaciones en los contextos de e-learning.

Ahora he pensado que quizá sería útil recuperar una cuestión semántica ya propuesta en otros lugares: diferenciar los conceptos de “acreditación”y de “evaluación”, aunque ciertamente pudieran estar relacionados, como lo pueden estar todos los componentes de una experiencia de enseñanza y aprendizaje.

La acreditación es un requisito formal que suele descansar en valoraciones cuantitativas y que tiene por finalidad asegurar, de manera externa al proceso, que el sujeto alcance determinados objetivos establecidos a-priori por alguna institución educativa.

En cambio, la evaluación debería ser considerada principalmente como un conjunto de herramientas didácticas y reflexivas, desarrolladas en el interior mismo de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Lo cual implica que “evaluando también se aprende”, e incluso a veces se podría decir que es cuando más se aprende.

Si evaluar consiste, entre otras cosas, en identificar errores, y se reconoce además que el error lejos de ser punible debería ser la vía regia de los aprendizajes, entonces la evaluación adquiriría una relevancia significativa, dinamizaría los procesos, y resultaría gratificante y motivadora.

Para que todo ello ocurra los ejercicios de evaluación creo que deberían tener las siguientes características:

  • Ser siempre auto-evaluativos (es el propio alumno el sujeto de la evaluación), o al menos co-evaluativos (participan colaborativamente docente y alumnos)
  • Evaluar la calidad de la participación en experiencias más que el cumplimiento de objetivos externos (se evalúan procesos no objetivos y, por tanto, los criterios y el resultado de la evaluación dependen del itinerario realizado por cada alumno)
  • Ser holística, es decir, incluir la totalidad de los factores que intervienen (no sólo la adquisición de conocimientos, sino el conjunto de experiencias en todas sus dimensiones)
  • Estar integrados en los procesos de aprendizaje (por ejemplo, tengo comprobado que la parte más aprovechable de los exámenes –cuando se lleva a cabo– es la corrección posterior realizada cooperativamente por los alumnos, más que lo que se suele estudiar la noche anterior para prepararlos)

Obviamente, la acreditación no va en este sentido: presupone una lista de objetivos a alcanzar (O), un estado de carencia inicial (I) y un estado post-aprendizajes final (F); el resultado es valorado a partir de determinar la diferencia (F – I). La actividad se acredita sólo si (F – I) ≥ O. Esta formalización, más que una pedantería matemática, procura mostrar la frialdad de un instrumento que en realidad sirve tan sólo a los intereses fiscalizadores de las instituciones educativas, porque ni tan siquiera mide la calidad real de las actividades que en su interior se desarrollan.

No obstante, creo ser realista y reconozco que la acreditación es un momento del cual no pueda prescindirse. Muchas veces se consigue aproximar la tarea evaluadora al resultado acreditador, como en la propuesta que hace David Álvarez de evitar los cuestionarios, y sustituirlos por actividades que produzcan algún objeto o resuelvan algún problema (yo agregaría, problemas de verdad, no ejercicios que recorren estrategias predefinidas para llegar a soluciones unívocas).

Quizá el problema se da cuando se confunde acreditar con evaluar y, sobre todo, cuando se cree que la certificación de un proceso de aprendizaje siempre es el resultado de una evaluación.

VER:  Filosofar con Jóvenes: “El punto de llegada: finalidades y resultados

Hoy quiero agregar que la reformulación del concepto de evaluación en lo términos anteriormente planteados (distinción respecto del concepto de acreditación) se enfrenta a dificultades que son intrínsecas al entorno educativo formal. Entorno que incluye tanto a las características del sistema (notas, exámenes, sesiones de evaluación, asignación fija de roles, didácticas transmisivas, regímenes normativos disciplinarios y autoritarios) como a la cultura de centro, la cual incluye una determinada socialización escolar de los propios alumnos. Con esto último quiero decir que los estudiantes han interiorizado una manera de entender los procesos de evaluación, no como tales, sino más bien como finalidad extrínseca que justifica el esfuerzo de estudiar. No se evalúa para aprender más y mejor, sino que se aprende (diría mejor “se estudia”) para obtener mejores resultados en las evaluaciones o sencillamente para aprobar. Para el alumnado en general esta es la dinámica “normal”; otras propuestas divergentes suelen no ser comprendidas, además de ser fuente de habituales conflictos con el resto del equipo docente.

Finalmente deseo dejar claro que no es mi intención defender una postura escéptica ante la innovación en el campo de la evaluación, sino más bien situar la reflexión en relación a tres elementos que considero fundamentales:

  • la transformación de la cultura de centro,
  • una formación del profesorado que incluya el des-aprendizaje de esquemas tradicionales de actuación docente,
  • y una gradual re-formulación del pacto implícito que existe entre los estudiantes y la institución escolar.



Archivado en: Evaluación Tagged: Evaluación, exámenes, experiencia, objetivos, programaciones

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